Podría decirse que el actor Robert Pattinson sufre un síndrome que podríamos definir como rubor sexual. Cuando se le preguntó por su ardiente escena en la parte trasera del coche con Julianne Moore en su última película, Maps to the stars, la estrella sufrió un enrojecimiento súbito, titubeó, se aceleró su latido y apenas pudo pronunciar algún que otro monosílabo para salir del paso.
Puede también que el rubor sexual se haya filtrado en la sociedad con la misma virulencia que el pánico escénico entre los cantantes de peso, de manera que la simple mención de las palabras sexo, pene o vagina provoca en nuestro organismo algo así como una reacción de cuerpo extraño, nocivo o desagradable. «¿Por qué hablar de tocarse un dedo no genera ninguna incomodidad, pero hablar de genitales sí?», se pregunta Antonio Galindo, autor de Las mentiras del sexo. «Quizás al no querer hablar de sexo, el sexo se convierte de inmediato en tema inquietante».
La sociedad rebosa sexualidad. ¿Cómo es posible que esto suceda en plena era de tuppersex y en un momento de avidez erótica, tal y como demuestra el éxito de 50 Sombras de Grey y su ansiado estreno cinematográfico? Los antropólogos descartan que este tipo de pudor ante la sexualidad sea algo biológicamente instintivo y se inclinan por detonantes más bien de tipo sociocultural y educacional. De hecho, en la India, donde al sexo se le otorga un carácter sagrado, el kamasutra enseña a tener una sexualidad plena y con pocos remilgos.
El pudor en Occidente, sin embargo, se palpa en las encuestas con cierto ribete de hipocresía. Si son anónimas, las mujeres expresan sus prácticas sexuales su nivel de deseo, fantasías o con qué frecuencia se masturban. Cara a cara con el médico, manda la prudencia y los datos se descalabran. Esto lo comprobó una investigación publicada en el Journal of Sexual Medicine dirigida por el investigador catalán Camil Castelo-Branco, del Institut Clínic ICGON de Barcelona.
No vale ya hablar de la vieja educación conservadora de impurezas y pecados. Hoy el pudor no viene del fanatismo religioso que en otras épocas lo impuso como muro protector de la pureza y que llevaba a considerar pecaminoso y perverso cualquier modo de placer y erotismo ajeno a los parámetros de la reproducción.
Precisamente porque la sexualidad camina hoy al galope y desinhibida, hay que buscar nuevos argumentos para detectar cuándo se ha traspasado el límite de nuestra intimidad. El psicólogo Carlos de la Cruz, director del máster oficial en Sexología de la Universidad Camilo José Cela, ha tomado el pulso a nuestra sociedad y ha detectado una decena de nuevos detonantes que bloquean la expresión normal del deseo y la alegría del sexo:
- La sexualidad se ha llenado de muchos «tener que». Tener que dar la talla, tener que tener relaciones sexuales, tener que gustarte el sexo oral, tener que ser atrevida, tener que tener grandes orgasmos…
- Demasiado ego. La sensación de contar te deja expuesto con el consiguiente riesgo de quedar por debajo de la media. Lamentablemente en lo sexual queda aún mucho sentido de la competición.
- «Tanto tienes, tanto vales». Vivimos una sexualidad muy marcada por la cantidad y poco por la calidad, con estándares poco realistas y prácticas que no siempre son de nuestro agrado.
- Demasiado expuestos a luces y taquígrafos. La lógica intimidad nos dice que no parece sensato hablar siempre de nuestras relaciones eróticas, coitales y no coitales.
- El cuerpo desnudo suscita necesidad de comparar. Si las comparaciones son siempre odiosas, más cuando son anatómicas y al dictado de los cánones de la pornografía.
- El hombre se está volviendo mucho más pudoroso que nunca en sus aspectos emocionales. ¿Será que les hace sentir más vulnerables?
- Insistimos en hablar de la sexualidad desde el peligro (embarazos, enfermedades, abusos…) y poco de las posibilidades de placer, satisfacción y encuentro.
- Prestamos más atención a una sexualidad pequeña, de coitos y genitales, que a la sexualidad que podríamos escribir con mayúscula: cuerpos, eróticas, placeres, deseos y diversidad. Los padres eluden en muchas ocasiones el tema y cuando se trata se hace desde una perspectiva patológica y de miedo, lo que genera inhibiciones futuras y angustia a la hora de encarar el deseo.
- Presión. La puesta en escena de la sexualidad desde los medios de comunicación y ocio transmite presión y, sobre todo, la presión de no tener que tener vergüenza. Por eso, no reconocemos este sentimiento de pudor y lo intentamos disimular, aunque el organismo nos delate.
- Una naturalidad mal entendida. Deberíamos poder mostrarnos tal y como somos. Desde la franqueza, la confianza y la espontaneidad, poder decir: «Me siento incómodo desnudo», «Estoy nervioso», «Me avergüenza la luz encendida», «Es la primera vez que…».
Ante cualquier síntoma de rubor sexual, el diagnóstico es atinado: «Deberíamos ejercer más y exhibirnos menos».